martes, 29 de noviembre de 2011

El farsante más refinado (segundo acto)

(Ziggy, el alien andrógino, bisexual y posiblemente hermafrodita, según lo rezado en Moonage Daydream)


En 1967 aparece su primer disco, David Bowie, con unas ventas irrisorias. La crítica no le presta demasiada atención y el propio Bowie siempre renegará de estas canciones. Con arreglos de cuerda ingenuos, efectos de sonido caseros y él mismo buscando aún su personalidad como cantante, era previsible que su primer intento fuera fallido.
Por esos días conoce a Marc Bolan, discípulo también de Barrett, que lleva el pelo rizado, estilo hobbit, que Bowie copiará al acto. Bolan es el cerebro de Tyrannosaurus Rex (en los setenta pasa a ser T.Rex), un dúo de folk psicodélico y acústico que le fascina. Nace una amistad y una admiración mutua que durará para siempre y que dará muchísimos frutos artísticos. Bolan le presenta a su productor Tony Visconti y con él graba David Bowie (1969), su primer disco oficial, también conocido como Space Oddity, título de la canción que abre el disco, escrita bajo estado de shock después de ver 2001. Una odisea del espacio. Si el filme de Kubrick es una experiencia visual sin comparación en la historia del cine que deja al espectador paralizado y haciéndose millones de preguntas, Space Oddity es una experiencia sonora igual de desconcertante e inolvidable. En esta canción están condensados todos los temas que Bowie tratará minuciosamente en el futuro más inmediato: la ciencia-ficción como metáfora de las drogas, los estribillos que nos llevan al cielo y la forma musical de arreglos inteligentes y siempre cambiantes.
Por cierto, en el disco hay
un primer aviso sobre mis insensatas intenciones en Janine, donde canta: “Janine, Janine, te gustaría derribar mis muros, pero si levantas un hacha contra mí, matarás a otro hombre, no a mí”. Estoy un poco confundido: ¿cómo conoceré mi objetivo si él mismo está tratando de encontrarse?
La nueva década le trae personas importantísimas en su vida personal y artística y la comedia-farsa deja de ser un monólogo: Mary Angela Barnett (Angie), su primera esposa, madre de su primer hijo y escultora de su nueva imagen intelectual. Iggy Pop, el cantante del grupo de Detroit The Stooges, que hará que muera como cantante folk y que conciba sus espectáculos en base a la sexualidad y la teatralidad. Ken Scott, su nuevo productor, que es para Bowie lo que George Martin fue para los Beatles. Y Mick Ronson. Dios bendiga a Mick. Ronno, así le llamaban sus amigos, excelente guitarrista, pianista y arreglista. En un mismo año, 1971, edita dos discos: The man who sold the world y Hunky Dory (¿se imaginan un artista actual editando tanta calidad en un solo año?). El trabajo de Ronno, Scott y Richard Wakeman (pianista del grupo Yes), en Hunky Dory dan alas a su interpretación vocal, que vuela libremente por todos los registros imaginables en la música pop. Bowie encuentra su voz y la banda se va consolidando. Lo ha conseguido: ya es el líder de un grupo de rock, pero a ese grupo le falta un nombre…
Era un día de verano de 1990 y yo estaba encerrado en casa escuchando un programa musical de Catalunya Radio que se llamaba  "Día a día, rock a rock" dirigido por Jordi Tardà. El programa era un recorrido por la historia de la música rock y ese día hablaban del glam y todo lo que sucedía en 1972. El locutor presenta a David Bowie y su single Starman y pienso: “¡No! Qué hastío, el tipo de Day in day out, qué basura teñida de rubio! (ahora pienso que esta canción tiene su aquel…)”. Así estaban mis prejuicios a principios de los noventa, cuando sólo escuchaba psicodelia inglesa editada ¡en 1967!
Creo que llamé a todos mis amigos, niñatos de secundaria, para comunicarles la emoción que me causó la escucha de Starman. Mientras, sonaba otra canción de aquel disco, Suffragette City, con el súper riff de Ronno con la Les Paul. Y al otro lado del teléfono: “Marc, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?”. Pero yo ya no estaba ahí, estaba en Marte, con las Arañas. Llega el momento de The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. La banda ya tiene nombre y Bowie es Ziggy, su personaje mejor interpretado. Tan extraordinaria es la interpretación que no sabe si él hace de Ziggy o Ziggy le interpreta a él.

La banda, con una imagen increíble, está formada por Trevor Bolder al bajo, que lleva unas patillas indescriptibles; Mick Woodmansey a la bateria, que parece Andy Warhol; Mick Ronson, que es el cerebro musical y nuevo héroe de la guitarra , de rubio platino; y, con el pelo teñido de naranja (mucho más corto que en las portadas de sus dos anteriores discos, que vestido de mujer pretendía parecer una torturada escritora de la época victoriana), maquillado como una prostituta y con unas botas rojas que le llegan hasta las rodillas: Ziggy Stardust. The Spiders no tiene nada que envidiar a las mejores bandas de los setenta, como los Stones o Led Zeppelin.
En 1971 aparece Electric warrior, de T. Rex, donde se mezclan canciones sencillas de rock con suntuosos arreglos de cuerda y son presentadas por un Bolan andrógino y lleno de maquillaje. Esto es la definición de glam. Un año más tarde, Bowie, utilizando los mismos ingredientes, le supera con el disco The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. La crítica le pone todos los laureles. Igual que Picasso, que no inventó ningún movimiento pictórico pero se convertía en el mejor cuando entraba en uno de ellos. Fue el mismo Picasso quien dijo: “Los buenos artistas copian, los grandes artistas roban”. Las grandes canciones que contiene y su excelente interpretación hacen que este disco convierta a Bowie en super-estrella.
Y Ziggy se va a América con los Spiders, hace unos conciertos épicos, conoce a Warhol y a Lou Reed, cantante de sus adorados The Velvet Underground, y se droga con Iggy, que le convence de que el hedonismo también es una forma de arte. Pero Ziggy tiene miedo de América, con sus monstruosas urbes y su sociedad enloquecida.
Una mañana, en un hotel de Santa Mónica, California, después de un concierto memorable y su fiesta correspondiente, se levanta de la cama, donde duermen también dos chicos y una chica, tropieza con varias botellas de Moët Chandon vacías, se mira al espejo y
ve su cara surcada en diagonal por un rayo rojo y azul. Ziggy Stardust se convierte en Aladdin Sane.
Las nuevas canciones están escritas durante la gira americana y contienen paranoia, miedo, estrés, drogas y América. Bowie coquetea por vez primera con la oscuridad y el frío para decorar sus canciones. Aladdin Sane es un álbum de escucha poco amable, las guitarras chirriantes están por encima de la voz en un intento de emular la mezcla de Exile On Main St. de los Rolling Stones y esa voz lejana, es hiriente, estridente, sexy y conmovedora. Time es un número de cabaret en los arrabales de una ciudad devastada por un ataque nuclear; y Lady Grinning Soul, con Mike Garson al piano, es la canción más triste y bella que ha escrito nunca.
Después de grabar Pin ups, un disco donde hace versiones de The Kinks, The Who y de los Pink Floyd de Syd Barrett, entre otros, Ziggy deshace los Spiders y Bowie mata a Ziggy y a Aladdin.

Fin del segundo acto.

domingo, 27 de noviembre de 2011

El farsante más refinado (primer acto)

Por Marc Ros.

(Debo confesarlo, me puede esta foto, me puede...)

Quiero asesinar a David Bowie.
Alcanzar la fama mediante un magnicidio de proporciones estelares como el asesino de John Lennon: Mark David Chapman; un paria que encontró su sitio en el mundo... su objetivo vital, acabando con uno de los iconos del siglo XX. Mas yo tengo razones más lícitas para hacerlo. Chapman estaba obsesionado con la novela de Salinger El guardián entre el centeno, donde leyó: “El farsante debe morir”. Esta frase fue la revelación definitiva para él, ya que se sentía tan inadaptado como Holden Caulfield, el protagonista de El guardián..., y entendió que el farsante no podía ser otro que John Lennon.
¿Cómo podía cantar aquello de “imagina que no hay posesiones” a principios de los setenta y ahora estar recluido y enriqueciéndose vilmente en sus cinco pisos del edificio Dakota, con vistas a Central Park, Nueva York, mientras él se estaba pudriendo como una rata, viviendo un agosto eterno y sin un triste dólar?
Se sentía traicionado y humillado, él, que adoraba a los Beatles y que anduvo descalzo por el desierto de la civilización moderna siguiendo a su Moisés, a su John.

Pero
Chapman era imbécil, ya que Lennon nunca mintió. John no dijo: “No tengo posesiones” o “No quiero tener posesiones”; dijo: “Imagina que no hay posesiones”, que es muy diferente. En cambio Bowie…  Él sí es un farsante. La farsa ha sido su especialidad, ha hecho de ella un arte refinado, único en la historia del rock. Voy a acabar el trabajo que Chapman empezó, que curiosamente tiene el mismo nombre de pila que yo. Los psicópatas nos fijamos mucho en estas cosas.
Bowie, nacido en Londres el 8 de enero de 1947, es el mágico embaucador, como el conde Cagliostro, aquel príncipe de los charlatanes del siglo XVIII que transformaba el plomo en oro y duplicaba el tamaño de los diamantes.
Para empezar,
su nombre es falso, su verdadero nombre es David Robert Jones y lo cambia porque en el mundo del pop de la segunda mitad de los sesenta ya hay un Davy Jones, el componente de los Monkees. Elige de apellido Bowie, nombre de un tipo de cuchillo afilado por los dos lados: David Bowie es su primer personaje. Genialmente caracterizado, se prepara para salir a escena con una mirada inquietante. Empieza la gran farsa.
Su hermano Terry, un ávido lector, le cuenta historias de los beatnicks: Kerouac, Burroughs, Ginsberg. A través de esta anfetamínica prosa y la doliente poesía entra en el mundo del jazz, del be-bop. Se compra un saxo y empieza a tocar con otros chicos del barrio en pequeños pubs. Coincide con Peter Frampton, otro chico de clase obrera que ascenderá a mega-estrella.

Mientras, Terry va enloqueciendo lentamente y David le observa con una mezcla de miedo y atracción.
El miedo a la locura le perseguirá toda su vida, pero este temor será una fuente importante de inspiración en su música. Bowie empieza a destacar como cantante, tiene un hermoso color en la voz y un más que digno vibrato. Aparca el saxo en favor de la guitarra. Y empieza a componer sus primeras canciones, que serán interpretadas por grupos que lidera, como The Kon-rads, The King Bees, The Manish Boys y The Lower Third. Con estética mod y haciendo rhythm and blues edita varios singles de nulo éxito.
Es 1966 y vive en la casa familiar, una pobre construcción de techo bajo con desconchados en las paredes, un piso de madera oscura que la humedad ha transformado en una superficie irregular que recuerda a la campiña del noroeste de Inglaterra en otoño. El aspecto miserable del hogar de su familia
contrasta fuertemente con su elegante traje mod. Se tumba en el sofá, enciende un cigarro y ve cómo se consume, mientras piensa en la mierda de bolo que ha hecho en el Shakespeare’s Head de Carnaby Street, con una audiencia de seis personas que ni siquiera escuchaba. Además, se ha peleado con su chica, Hermione.
Tan abatido se siente que lo dejaría todo, su chica, la música, Londres... Pero en ese momento ocurre algo extraordinario. Antes de acostarse, enciende la televisión para ver un poco el Top Of The Pops, el programa de música pop más exitoso del país. De este modo espera a que le bajen los efectos de la anfetamina que no le deja dormir. La presentadora, guapa, delgada y con flequillo, anuncia la siguiente actuación: “Y, ahora, un grupo nuevo de Londres, que nos presenta su nuevo single Arnold Layne. Señoras y señores… ¡¡The Pink Floyd!!”.
Bowie no lo puede creer. Un tipo guapo, maquillado, con una camisa multicolor y unos pantalones verdes está contando la historia de un tipo que roba la ropa interior de sus vecinas para travestirse.
(Pink Floyd hippie. Syd, "el niño de oro", el cuarto a la derecha)

Y no canta con el acento de Jagger, de bluesman del Delta o de Lennon de macarra norteño, sino con el  acento de Londres, su acento. “Esto es lo que yo quiero hacer, lo que yo quiero cantar”, dice con renovado entusiasmo y se va al baño a maquillarse con los productos de su madre, pensando en proyectar una nueva imagen, más ambigua, más provocadora, que lo envuelva en magnetismo como ese cantante de Pink Floyd de nombre que no olvidará jamás, Syd Barrett. El espejo del salón es el único testimonio de la transformación del artista adolescente. Con sombra de ojos, mezclando los movimientos de mimo que ha aprendido en la escuela de Lindsay Kemp y los que ha visto hacer a Barrett, tiene la sensación de que está saliendo de la crisálida y de que nada volverá a ser como antes. Decide emprender su carrera en solitario y escribe una carta de despedida y amor perdido a Hermione que acabará siendo una preciosa canción, Letter to Hermione, y que aparecerá en su segundo disco.

(NE: David Bowie fue siempre un gran seguidor de Syd, presenciando sus actuaciones en el famoso UFO Club, y siendo el mismísimo testigo de su desintegración en shows posteriores a Floyd, como el recordado recital dado en el Olympia Hall, que sería el último. Por desgracia, nunca lo pudo conocer en persona.
Incluso, David fue uno de los artistas que, en 1974, le rogó que volviera a sus andanzas psicodélicas, pero sería en vano. Syd ya había dejado el mundo, y a su ser terrenal se lo conocía como Roger.)
Fin del primer acto.