domingo, 27 de noviembre de 2011

El farsante más refinado (primer acto)

Por Marc Ros.

(Debo confesarlo, me puede esta foto, me puede...)

Quiero asesinar a David Bowie.
Alcanzar la fama mediante un magnicidio de proporciones estelares como el asesino de John Lennon: Mark David Chapman; un paria que encontró su sitio en el mundo... su objetivo vital, acabando con uno de los iconos del siglo XX. Mas yo tengo razones más lícitas para hacerlo. Chapman estaba obsesionado con la novela de Salinger El guardián entre el centeno, donde leyó: “El farsante debe morir”. Esta frase fue la revelación definitiva para él, ya que se sentía tan inadaptado como Holden Caulfield, el protagonista de El guardián..., y entendió que el farsante no podía ser otro que John Lennon.
¿Cómo podía cantar aquello de “imagina que no hay posesiones” a principios de los setenta y ahora estar recluido y enriqueciéndose vilmente en sus cinco pisos del edificio Dakota, con vistas a Central Park, Nueva York, mientras él se estaba pudriendo como una rata, viviendo un agosto eterno y sin un triste dólar?
Se sentía traicionado y humillado, él, que adoraba a los Beatles y que anduvo descalzo por el desierto de la civilización moderna siguiendo a su Moisés, a su John.

Pero
Chapman era imbécil, ya que Lennon nunca mintió. John no dijo: “No tengo posesiones” o “No quiero tener posesiones”; dijo: “Imagina que no hay posesiones”, que es muy diferente. En cambio Bowie…  Él sí es un farsante. La farsa ha sido su especialidad, ha hecho de ella un arte refinado, único en la historia del rock. Voy a acabar el trabajo que Chapman empezó, que curiosamente tiene el mismo nombre de pila que yo. Los psicópatas nos fijamos mucho en estas cosas.
Bowie, nacido en Londres el 8 de enero de 1947, es el mágico embaucador, como el conde Cagliostro, aquel príncipe de los charlatanes del siglo XVIII que transformaba el plomo en oro y duplicaba el tamaño de los diamantes.
Para empezar,
su nombre es falso, su verdadero nombre es David Robert Jones y lo cambia porque en el mundo del pop de la segunda mitad de los sesenta ya hay un Davy Jones, el componente de los Monkees. Elige de apellido Bowie, nombre de un tipo de cuchillo afilado por los dos lados: David Bowie es su primer personaje. Genialmente caracterizado, se prepara para salir a escena con una mirada inquietante. Empieza la gran farsa.
Su hermano Terry, un ávido lector, le cuenta historias de los beatnicks: Kerouac, Burroughs, Ginsberg. A través de esta anfetamínica prosa y la doliente poesía entra en el mundo del jazz, del be-bop. Se compra un saxo y empieza a tocar con otros chicos del barrio en pequeños pubs. Coincide con Peter Frampton, otro chico de clase obrera que ascenderá a mega-estrella.

Mientras, Terry va enloqueciendo lentamente y David le observa con una mezcla de miedo y atracción.
El miedo a la locura le perseguirá toda su vida, pero este temor será una fuente importante de inspiración en su música. Bowie empieza a destacar como cantante, tiene un hermoso color en la voz y un más que digno vibrato. Aparca el saxo en favor de la guitarra. Y empieza a componer sus primeras canciones, que serán interpretadas por grupos que lidera, como The Kon-rads, The King Bees, The Manish Boys y The Lower Third. Con estética mod y haciendo rhythm and blues edita varios singles de nulo éxito.
Es 1966 y vive en la casa familiar, una pobre construcción de techo bajo con desconchados en las paredes, un piso de madera oscura que la humedad ha transformado en una superficie irregular que recuerda a la campiña del noroeste de Inglaterra en otoño. El aspecto miserable del hogar de su familia
contrasta fuertemente con su elegante traje mod. Se tumba en el sofá, enciende un cigarro y ve cómo se consume, mientras piensa en la mierda de bolo que ha hecho en el Shakespeare’s Head de Carnaby Street, con una audiencia de seis personas que ni siquiera escuchaba. Además, se ha peleado con su chica, Hermione.
Tan abatido se siente que lo dejaría todo, su chica, la música, Londres... Pero en ese momento ocurre algo extraordinario. Antes de acostarse, enciende la televisión para ver un poco el Top Of The Pops, el programa de música pop más exitoso del país. De este modo espera a que le bajen los efectos de la anfetamina que no le deja dormir. La presentadora, guapa, delgada y con flequillo, anuncia la siguiente actuación: “Y, ahora, un grupo nuevo de Londres, que nos presenta su nuevo single Arnold Layne. Señoras y señores… ¡¡The Pink Floyd!!”.
Bowie no lo puede creer. Un tipo guapo, maquillado, con una camisa multicolor y unos pantalones verdes está contando la historia de un tipo que roba la ropa interior de sus vecinas para travestirse.
(Pink Floyd hippie. Syd, "el niño de oro", el cuarto a la derecha)

Y no canta con el acento de Jagger, de bluesman del Delta o de Lennon de macarra norteño, sino con el  acento de Londres, su acento. “Esto es lo que yo quiero hacer, lo que yo quiero cantar”, dice con renovado entusiasmo y se va al baño a maquillarse con los productos de su madre, pensando en proyectar una nueva imagen, más ambigua, más provocadora, que lo envuelva en magnetismo como ese cantante de Pink Floyd de nombre que no olvidará jamás, Syd Barrett. El espejo del salón es el único testimonio de la transformación del artista adolescente. Con sombra de ojos, mezclando los movimientos de mimo que ha aprendido en la escuela de Lindsay Kemp y los que ha visto hacer a Barrett, tiene la sensación de que está saliendo de la crisálida y de que nada volverá a ser como antes. Decide emprender su carrera en solitario y escribe una carta de despedida y amor perdido a Hermione que acabará siendo una preciosa canción, Letter to Hermione, y que aparecerá en su segundo disco.

(NE: David Bowie fue siempre un gran seguidor de Syd, presenciando sus actuaciones en el famoso UFO Club, y siendo el mismísimo testigo de su desintegración en shows posteriores a Floyd, como el recordado recital dado en el Olympia Hall, que sería el último. Por desgracia, nunca lo pudo conocer en persona.
Incluso, David fue uno de los artistas que, en 1974, le rogó que volviera a sus andanzas psicodélicas, pero sería en vano. Syd ya había dejado el mundo, y a su ser terrenal se lo conocía como Roger.)
Fin del primer acto.

1 comentario: