martes, 6 de diciembre de 2011

El farsante más refinado (tercer acto)

Siempre se ha criticado que Bowie haya sabido rodearse de músicos y productores con mucho talento y que sin ellos sería un arista mediocre. Diamond dogs (1974) desmiente esta teoría barata ya que compone, escribe, produce e interpreta lo que para muchos es su mejor obra y lo hace sin el respaldo de ninguna banda, sólo con músicos de sesión y un ingeniero de sonido que le introduce definitivamente en la cocaína. Se trata de Keith Harwood, que viene de trabajar en el Exile de los Stones, en el sótano de la mansión que Keith Richards tiene en la Costa Azul.
Bowie graba tres de sus mejores discos esnifando e inyectándose cocaína en cantidades industriales: pesa menos de 40 kilos. Así es el terrible nuevo personaje de tez mortecina llamado El Delgado Duque Blanco. Además del genial Diamond dogs, están Young americans, donde descubre el soul, colabora con Lennon y llega por primera vez al número 1 en Estados Unidos, y Station to station, que se cierra con la tremenda interpretación vocal de Wild is the wind. Con el pelo engominado hacia atrás, algunos kilos de más y elegante como un dandi, intenta salvar su vida escapando a Berlín y edita Low (1977) Heroes (1977) y Lodger (1979), con Brian Eno en la dirección musical. Esta trilogía experimental de sintetizadores tiene paradójicamente a tres guitarristas excepcionales: Carlos Alomar, Robert Fripp (King Crimson) y Adrian Belew.
Tengo que reivindicar a Lodger como el mejor de los tres: todos los discos que Bowie edita de los 90 hasta hoy están basados en éste. Antes de finalizar este acto de la farsa, Bowie se disfraza de Pierrot en la portada de otro álbum fantástico, Scary monsters (1980), y confiesa en Ashes to ashes su pasado yonqui.
Fin del tercer acto.

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